Anabella Giracca
La izquierda progresista, es una corriente que pretende combatir el desequilibrio causado por el neoliberalismo. Está sentada en un sistema democrático sólido. En un Estado fuerte capaz de marcar las directrices políticas con transparencia, para responder a las secuelas que la desigualdad ha causado. Tales como el hambre, la violencia, la migración, la pobreza. Está en contra de las dictaduras y de los sistemas totalitarios.
La izquierda progresista es “pueblos”; es defensa del territorio. Aviva un sistema educativo público de acceso universal, de calidad, que garantice igualdad de oportunidades. Desarrolla un sistema de salud pública eficaz. Etcétera, etcétera, etcétera.
La izquierda progresista profesa el Estado de Derecho (y el derecho a un Estado). Es democrática, moderna. Se centra en lo que trasciende, en la síntesis. En estos principios y valores esenciales (incluyendo los etcéteras).
Es comprensible decir que todos somos producto de nuestro tiempo y juzgamos los hechos en torno a ello. Pero hay que caminar. Ver más allá de lo vidente. Avanzar. Porque las formas deben de ir acordes al momento histórico. El presente debe respetar las formas del pasado, claro, pero el pasado no debe obstaculizar las formas del futuro.
Descalificar peyorativamente una tendencia que tiene valores substanciales porque no se usen los métodos de antes, terminaría en un juicio a todas luces anacrónico y equivocado.
La izquierda democrática es humanista, creativa. Apuesta al diálogo. A la era de las ideas. A no temer a pensamientos diferentes. A la buena fe. Sin soberbia. Sin rigidez. Sin descalificaciones sistemáticas.
Por mi parte, no tengo prejuicio contra el rosado. Sobre todo si adquiere semejante categoría política.