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Juventud al matadero

Karin Slowing /

Según las proyecciones que derivan del caduco censo 2002, actualmente somos como 16 millones de personas en Guatemala. Más de la mitad es población joven: Aproximadamente 5.6 millones de niños y niñas entre 0 y 14 años; y otros 3.5 millones de jóvenes entre 15-24 años.

Desde el punto de vista demográfico, una estructura de población como la nuestra es una ventaja para impulsar el desarrollo de un país, 3.5 millones de jóvenes que formarían lo que se denomina el “bono demográfico”: esa gente que debería estar llamada a impulsar la economía, a regenerar la sociedad y que ahora, también queremos que se involucre para transformar la política.

Un sueño lindo, pero con poco asidero real, partiendo del hecho que la mitad de la niñez tiene desnutrición crónica; que 700 mil niños trabajan desde muy tierna edad, y la mayoría (60%) ni siquiera recibe remuneración, pero igual ayudan a que sobreviva la familia. Somos una sociedad donde de cada 10 niños en edad escolar solo cinco están matriculados en preprimaria; 7.5 de cada 10 se matriculan en primaria y, si logran mantenerse dentro del sistema, deben hacer la hazaña de aprender habilidades de lecto-escritura y aritmética básica con el estómago medio vacío.

En este contexto de precariedad, algunos logran completar la primaria y transitan al ciclo básico. Nuestra Constitución dice que 9 años de escolaridad debería ser el mínimo para todos. Sin embargo, solo 4 de cada 10 jóvenes se matriculan en básicos y 2 de 10 en el diversificado. Casi un millón de jóvenes entre 13-18 años están totalmente fuera del sistema educativo. De ellos, ya sabemos que su futuro está marcado por la reproducción de otro ciclo generacional de exclusión.

 
¿Qué pasa con los “afortunados”? ¿Los que pudieron completar su educación media? ¿Tienen acaso una vida diferente? Claudia Gómez, la joven migrante asesinada en la frontera norteamericana por un guardia de ICE, nos diría que no. Para algunos de ellos al menos, las oportunidades no son muy diferentes de quienes no tuvieron educación.

¿Qué haces si a pesar de educarte, cada vez hay menos garantías de que habrá acceso a oportunidades laborales? Claudia era graduada de educación media, una contadora. Para nuestro estándar educativo, era una joven ya preparada para trabajar, pero no tuvo la oportunidad. “No hay empleo —dicen— solo para los recomendados”. Así de precaria es nuestra economía. Las oportunidades se mueven por estratos, por circuitos de redes y relaciones.

¿Qué hace una joven si el acervo educativo que le dio el sistema no le alcanzó ni para pasar los exámenes de la USAC?; si su familia no tiene los medios para pagarle una universidad privada. Menos del 10% del total de jóvenes que se gradúan de educación media acceden a la educación superior. Cansados estamos de escuchar año tras año, que solo unos 120 mil graduados tienen oportunidad de entrar al mercado laboral. ¿Qué futuro les queda entonces a jóvenes como Claudia? Sumergirse en la economía informal, migrar, ingresar como lugartenientes de la economía ilícita, embarazarse y reproducir el ciclo, o, como le pasó a ella, convertirse en carne de cañón a sus escasos 20 años.

No tengo duda que la política migratoria norteamericana está deshumanizada. Pero me duele más ver que quienes mueven los hilos de la economía nacional y tienen el poder de cambiar estas situaciones, no hacen nada al respecto. Acá se prefiere que la juventud corra el riego y llegue al matadero, antes que ceder un ápice en los privilegios. Hoy pienso en Claudia y su fatal destino, y evoco a esos otros miles de jóvenes que lo seguirán intentando hoy, mañana y cada día, hasta que nuestro país cambie y les dé una oportunidad.

 
karin.slowing@gmail.com