El 13 de febrero de 2018. Samuel Pérez Álvarez, de 25 años, secretario general del Movimiento Semilla, tiene una mañana frenética. Son las nueve en una pequeña sede de la zona 1 de la capital. Sobre una mesa, un desayuno frío. Si alguien lo tocó fue para abrirlo, pero olvidó darle un bocado. No hay tiempo. Los celulares, el de Pérez y los de tres de sus colaboradores, suenan cada cinco minutos. Es una especie de gabinete de crisis, importunada por un periodista con el que Pérez había fijado una cita sin saber que aquella no iba a ser una jornada habitual. Aquel día, martes y 13, era detenido Juan Alberto Fuentes Knight, uno de los fundadores de Semilla. Está sindicado por el denominado caso Transurbano debido a su participación en el gobierno de Álvaro Colom (2008-2012), actualmente encarcelado en Mariscal Zavala, del que formó parte como Ministro de Finanzas Públicas en los primeros dos años de mandato. Mal asunto para Fuentes Knight y mal asunto para un movimiento con apenas cuatro años de existencia, que ha convertido la lucha contra la corrupción en una de sus principales banderas y que aspira a convertirse en partido político que compita en las elecciones de 2019.
Horas después, todavía en bartolinas, Fuentes Knight dejó Semilla para no perjudicar al movimiento. Permaneció en prisión 20 días, hasta que pagó una fianza de Q500 mil para pasar a arresto domiciliario.
La detención de uno de sus dos promotores (el otro es el sociólogo Edelberto Torres Rivas) es una dificultad añadida para un grupo que quiere ser partido pero que está en una carrera contrarreloj. Tiene que lograr 23.500 adhesiones. Tiene que estructurarse en 50 municipios en 12 departamentos diferentes. Tiene que lograr financiamiento. Tiene que eludir los estigmas de ser visto como izquierdista y ser visto como académico capitalino en un país con amplias capas de población campesina e indígena y que mira a la izquierda con recelo.
No es fácil dar el salto a la política partidaria en Guatemala. En el caso de Semilla, se trata de pasar de la teoría, que es donde mejor se movían sus primeros integrantes, a la práctica. Algo así como transitar del idealismo de la República de Platón al barro del Príncipe de Maquiavelo. En caso de que algo se tuerza o no den los números, el plan B que algunos proponen es que, al menos, las ideas y algunos de sus equipos puedan incidir a través de acuerdos con otras formaciones políticas.
Pero eso es adelantarse demasiado.
“Somos generaciones que no sufrieron la represión fuerte de la guerra, que ya no tienen miedo”, explica Samuel Pérez sobre la proyección de Semilla. A esto le suma una “desconfianza hacia los partidos tradicionales”. Sin embargo, sus principales promotores no eran desconocidos en los asuntos públicos. Ni por ellos mismos ni por linaje familiar. Fuentes Knight fue ministro con la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), Torres Rivas integró el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) aunque evolucionó hacia posiciones críticas con los partidos marxistas y ha trabajado en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; Bernardo Arévalo fue diplomático y es hijo de Juan José Arévalo, presidente tras la revolución de 1944. Patricia Orantes fue secretaria de Planificación y Programación en el gobierno de Óscar Berger, Otras, como Irma Alicia Velásquez Nimatuj o Ligia Blanco, poseen una trayectoria más académica, pero con proyección pública.
Samuel Pérez, secretario general del Movimiento Semilla.
En 2015 se sumaron al grupo jóvenes que se involucraron en la política tras las históricas protestas de aquel año.
La evolución de Semilla ha sido rápida. De grupo de discusión informal, casi una reunión de amigos con vocación de pensar el país a largo plazo, a “movimiento social”, como ellos le llamaron. De movimiento social, a proyecto de partido, lo que implica pasar por la fase de grupo promotor y comité pro-formación, el actual estado.
La posición política también ha sido objeto de debate. Como definición general, estamos ante un proyecto progresista en su sentido amplio. No se decantan por un modelo concreto. Más “reformista” que “revolucionario”, el colectivo pone énfasis en ideas como la “equidad”, la “democracia” o el “pluralismo” en un Estado eficaz. Una socialdemocracia pensada desde ciertas élites y adaptada al contexto de Guatemala que atrae también a individualidades que se definen abiertamente de izquierdas o incluso liberales.
En un plano histórico, Semilla es una cara de la moneda del salto a la política activa de un sector de aquellos disconformes que se manifestaron en 2015, durante las protestas que vieron caer al entonces presidente, Otto Pérez Molina, y su vicepresidenta, Roxanna Baldetti. Los mismos que en septiembre de 2017 retomaron la plaza contra el denominado “pacto de corruptos”. Al menos, los que se manifestaron en la tarde del 20 de septiembre, cuando el paro tuvo un carácter más urbano. La otra cara de la moneda sería el Comité de Desarrollo Campesino (Codeca), que también participa en la creación de un “sujeto político” y que, junto a otros movimientos indígenas y campesinos, caracterizó el paro en sesión matutina.
Grupo, movimiento, proyecto de partido
Todo empezó en 2014. Torres Rivas, sociólogo, y Fuentes Knight, economista, organizan un grupo para analizar la situación política y social de Guatemala. La visión sobre la situación del país era pesimista. “La democracia electoral no estaba resolviendo problemas como la pobreza, la desigualdad o la inclusión de los pueblos indígenas”, dice Carlos Mendoza, otro de sus directivos, que explica que la Semilla original quería ir más allá de la coyuntura. “No era algo contra el Partido Patriota (que en aquel momento se encontraba en el poder, a través de Otto Pérez Molina), sino que abordábamos temas más estructurales, de Estado”, apunta. El primer grupo estuvo compuesto por 14, 15 o 17 personas, según las fuentes. Cosas de la tradición oral, que no siempre es ciencia exacta. “Era interesante, tenía un perfil académico, intelectual, de gente que conoce el Estado”, explica el investigador.
En noviembre lanzan su primera proclama. Un texto publicado en prensa y también repartido al estilo de los panfletos antiguos.
Y en eso llegó 2015.
Llegaron los escándalos de corrupción del gobierno de Pérez Molina y de Lider en el Congreso destapados por las investigaciones del Ministerio Público y la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig).
Llegó el despertar de la ciudadanía en la plaza. (Habría que matizar: de las clases medias urbanas, ya que los campesinos indígenas no han dejado de estar movilizados nunca).
Llegó la construcción de nuevas alianzas políticas y sociales. Por ejemplo, la Plataforma por las Reformas liderada por la Universidad San Carlos, a la que asistían Fuentes Knight y Árevalo. O los encuentros en la Casa Roja, en las que Mendoza, con ironía, reconoce haberse sentido que parecían “de derechas ante los colectivos de izquierdas”.
Si uno quiere influir en la política no puede quedarse en su torre de marfil cuando las cosas están ocurriendo. Y en 2015, las cosas pasaban. Para entonces, Semilla se había definido como movimiento, lo que implica un paso de la reflexión a la acción. Contaban con dos ventajas competitivas importantes ante los diversos grupos que surgían en una sociedad efervescente: las conexiones internacionales y la presencia mediática. Varios de sus integrantes, como Mendoza, y Carolina Escobar Sarti, escribían columnas en diversos medios, entre ellos Plaza Pública.
Lesly Sánchez, 19, lleva 15 días trabajando por el Movimiento Semilla. Es estudiante de bachiller en ciencias y letras. / Simone Dalmasso
Todavía les quedaba un último paso.
“Pasamos de grupo Semilla a Movimiento Semilla. Luego nos dimos cuenta de que Guatemala tiene una larga tradición de movimientos sociales, que un nuevo movimiento urbano de intelectuales no iba a marcar la diferencia. Debíamos irrumpir en el espacio político”, explica Patricia Orantes, secretaria de Organización.
La decisión se adoptó en noviembre de 2015. “La idea era bastante general dentro del grupo. Teníamos un perfil altamente politizado, no cabía duda, no había otra ruta”, dice Orantes. “La decisión se tomó en un par de horas. Aplaudimos y nos fuimos”.
Para entender el paso, tan vertiginoso, de lobby con buenas conexiones a proyecto de partido político, hay que comprender el impacto psicológico que tuvo 2015, tanto para los integrantes de Semilla como para jóvenes activistas involucrados en otras estructuras que ven en Semilla una veta de participación partidista. “Fue un parteaguas en el sentido de definirnos hacia dónde queríamos ir”, dice Mendoza. Antes, sin embargo, habían ganado notoriedad con un planteamiento innovador: la demanda de la renuncia del Ejecutivo y la formación de un gobierno de transición.
“Fue lo que al final ocurrió, pero nosotros lo habíamos planteado con anterioridad”, dice Mendoza, que recuerda cómo “la derecha nos cayó encima calificándonos de golpistas”. Cosa serie en un país con una historia de guerra interna y asonadas militares.
La influencia de las protestas de 2015
Es posible que un elemento que incidiera en la decisión fuese el contexto en el que se celebraron las elecciones del 6 de septiembre de 2015. En sectores de la plaza se popularizó el dicho “en estas condiciones no queremos elecciones”. Semilla también había planteado retrasar la cita con las urnas. Que el gobierno de transición, encabezado por Alejandro Maldonado, debía extenderse hasta la estabilización del país. Pero los comicios se celebraron y, como indica Mendoza, ellos defendían que había que participar. Esta posición generó debate en el seno del movimiento. “Algunos planteaban la opción de no votar, pero eso nos dejaba como antisistema”, dice.
Mendoza reconoce que él no fue partidario en un primer momento de dar el salto. Que abogaba por utilizar la figura del instituto político, recogida en la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Consideraba que Semilla podía convertirse en el reverso progresista de fundaciones como Asies (Asociación de Investigación y Estudios Sociales) o Cien (Centro de Investigaciones Económicas Nacionales). Ambos tanques de pensamiento han sido cantera de cuadros para los diferentes gobiernos sin la necesidad de que sus miembros se enfanguen en la lucha partidista. Al final, la decisión mayoritaria fue la de constituirse como partido. “Hay que entender la emocionalidad que causó 2015”, explica.
¿Qué es lo que explica que en las mismas condiciones y con análisis similares un grupo se lance al vacío y otro se quede en el ámbito de la discusión teórica? Puede tener que ver mucho con las casualidades, el factor humano y la consecuencia de pequeñas decisiones en apariencia intrascendentes. Lo explica Lucrecia Hernández Mack, exministra de Salud entre julio de 2016 y agosto de 2017, dentro del Ejecutivo de Jimmy Morales, y recién integrada a Semilla. Ella, en aquel momento, estaba en Somos, otro colectivo con un germen y una evolución similar.
“Mientras Somos tenía claro que sería partido. Semilla no. Pero Somos no salió de la discusión de plataforma, partido, movimiento social”, indica. Tras abandonar el ministerio, Hernández Mack y buena parte de su equipo constituyó un grupo denominado Tejiendo Democracia, una especie de “partido mediático de cuadros”. Una vez que abandonó la administración, forzada por la decisión del presidente de declarar “non grato” a Iván Velásquez, comisionado de la Cicig, mantuvo encuentros con diversas bancadas. ¿Cuáles? Se ríe y no responde. Solo admite lo que ya es público, su ingreso en Semilla. Afirma que su motivación es la misma que le llevó a Somos en 2014: “la claridad de que hay que entrarle a los partidos para entrarle al Estado, a los procesos más económicos y sociales”. Dar un salto desde el activismo social hasta los despachos, los lugares en los que se toman decisiones y se ponen en marcha políticas públicas.
Campaña de recolección de firmas en el parque central de Guatemala. / Simone Dalmasso
Las “insuficiencias” de la plaza y el debate entre reforma y ruptura
“Es importante ir a la calle, pero insuficiente”, reconoce Samuel Pérez. En 2015, él era representante de los estudiantes de la Universidad Rafael Landívar y formaba parte de la coordinación de los alumnos que tomaron la plaza. Desde junio de 2017 es secretario general del comité pro-formación del partido Semilla. En su opinión, el ámbito de lo público está necesitado de “dos roles”. Por un lado, la movilización y fiscalización, que corresponde a la sociedad civil. Por el otro, la participación a través de los partidos.
La idea de 2015 como parteaguas está muy presente en los miembros de Semilla. También, las dificultades para que las demandas de la plaza se transformen en políticas públicas. Este argumento, estirado, lleva a la reflexión de que las protestas fueron capaces de concentrar a miles de personas “contra algo” pero no de aglutinarlas en torno a un proyecto.
“La calle está desgastada, está quemada”, considera Hernández Mack, que vivió las protestas desde México. “Se generaron expectativas irreales sobre las manifestaciones. No se iban a cumplir nunca”. En el recuerdo está 2015, pero también las movilizaciones entre el 15 y el 20 de septiembre de 2017. En opinión de la exministra, “el 20 logró que el pacto de corruptos reculara. La calle, los colectivos, tienen capacidad para resistir, pero no de generar cambios”.
El paro nacional lanzó tres proclamas de mínimos: la renuncia de los 107 diputados que habían suscrito el denominado “pacto de corruptos”, la retirada de la inmunidad al presidente, Jimmy Morales, para que sea investigado por corrupción y una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos.
Ninguna de ellas se ha cumplido.
El debate entre ruptura y reforma del Estado existe en el campo progresista como una maldición de Sísifo
Al menos, no como lo reclamaba la plaza. El Congreso debate una nueva normativa que regule las elecciones y las formaciones políticas, pero se han quedado fuera peticiones de los movimientos sociales. Un elemento clave. Como explica José Carlos Sanabria, investigador de Asies, el sistema político está cerrado porque sus actuales protagonistas “no quieren que haya competencia”. Esto genera, a su juicio, un modelo de partidos “autoritarios, centralistas, clientelares”. Vehículos al servicio de intereses del candidato, no de la participación democrática. Como ejemplo, Sanabria explica un informe elaborado por Asies, que revela que, cumpliendo los requisitos mínimos, seis personas en la dirección de un partido pueden controlar el 85% de las listas.
Ese es el terreno de juego en el que tiene que competir Semilla y todo aquel que aspire a convertirse en nuevo partido. Samuel Pérez quiere ver el lado positivo. “Demuestran que algo está cambiando en la percepción de la sociedad”, dice. En su opinión, la transformación se observa en el señalamiento directo de “los caciques locales” en el interior del país. “No se van a reelegir, porque ya no van a votar por ellos. Hay un resquebrajamiento, un cambio en la cultura democrática más de fondo”, afirma. Por eso considera que “la movilización no es necesariamente la única herramienta”. Cree que “hay que salir a las elecciones para completar movilización”.
El debate entre ruptura y reforma del Estado existe en el campo progresista como una maldición de Sísifo.
Lucrecia Hernández aboga por la reforma más que por la ruptura, aunque por mero pragmatismo. “Uno quisiera revoluciones, pero los momentos políticos dan para la reforma”, dice, con una risa de resignación. Esto implica que la posición que defiende se encuentre en un fuego cruzado. “Recibimos de la derecha, por vernos como izquierdistas, y de quienes abogan por la refundación del Estado, que nos ven como cómplices del enemigo”, admite.
Samuel Pérez cita a Alexis de Tocqueville, pensador liberal francés, para considerar que en un contexto de crisis como el que vive Guatemala aparecen tres sectores: el conservador, el radical y el reformista. “En este último grupo nos ubicamos nosotros”, dice. “La propuesta inicial básica es mejorar las instituciones, crear instituciones políticas funcionales, que den resultados. El planteamiento no es refundacionista”, añade. No obstante, matiza que él, “en lo personal”, comprende la demanda, le parece “racional”.
Ninguno se siente cómodo con la etiqueta “izquierda rosada”. El problema de las etiquetas es que uno no las elige y son otros los que las aplican.
¿Cómo se define Semilla?… si es que se define
La definición también supone una complejidad.
“Semilla se ha ido nutriendo de gente de izquierda, socialdemócrata y liberales sociales”, dice Patricia Orantes. Ella se define como alguien de izquierdas, su madre estuvo en la guerrilla, pero considera que hay una ruptura generacional y un quiebre con sectores que empezaron a ver con desconfianza “prácticas poco democráticas” en el campo progresista tradicional. Semilla, dice, “pasó de ser un grupo muy sólidamente identificable y autoadscrito como de izquierda democrática” a constituirse como algo más centrado en la eficiencia del Estado. Dos motivos: “muchos guatemaltecos le temen a las ideologías” y mucha gente tiene ideas formadas sin saber que podrían identificarse con una forma de pensar cuya etiqueta rechazan a priori.
“Lo más importante no es tener una opción claramente definida en términos ideológicos sino fuerte, de darle vuelta al sistema político, de renovarlo. Esto constituye un elemento de unidad nacional, todo el mundo quiere el rescate de las instituciones”, dije Orantes.
En un contexto de crisis generalizada, buscar referentes en el exterior tampoco es cosa fácil. Entre los nombres que se escuchan a los entrevistados: Podemos, en España; Morena, en México; Emmanuel Macron, en Francia; Bernie Sanders, en Estados Unidos. También algunos de los “logros sociales” de gobiernos como los de Bolivia y Ecuador, aunque con dudas hacia la permanencia en el poder de sus líderes, en palabras de Patricia Orantes.
Existe un consenso entre todos los entrevistados sobre la dificultad de definirse políticamente en un país en el que la izquierda es estigmatizada.
“La izquierda es tachada de comunista, de terrorista. El de derechas como facho”, dice Hernández.
Débora Roxana Alonzo, 17, lleva tres semanas en el Movimiento Semilla. Estudia bachiller en construcción. / Simone Dalmasso
2015 también generó una efervescencia social nueva, en torno a Justicia Ya, los movimientos universitarios, Otra Guatemala Ya… Mientras estos grupos ven con mayor desconfianza a las instituciones, aparece Semilla abogando por la vía institucional.
En palabras de Orantes: “Uno supondría que un movimiento limpio, con visión de largo plazo, haría que automáticamente los movimientos sociales se sumasen. Pero la pared con la que se han topado los movimientos sociales por parte del sistema los ha hecho perder la confianza, ya no creen en el sistema. Y nosotros somos parte del sistema, como partido. Hay un proceso de radicalización entre los movimientos sociales, en el mejor sentido de la palabra”.
Debates ideológicos al margen, la decisión de concurrir a unas elecciones obliga también a cuestiones prácticas. En política tienen mucho peso las relaciones personales y ningún grupo está exento de pequeñas pugnas por cuotas de poder, aun cuando estas son todavía limitadas. En un colectivo formado por ilustres, era lógico pensar que también se desaten hostilidades internas. Una fuente explica que en 2016 el grupo fundacional comenzó a desdibujarse. Y esto provocó desconfianza entre algunos de los que estaban desde el principio.
Karin Slowing formó parte del equipo original pero luego abandonó Semilla por cuestiones personales. Asume que ante figuras “emblemáticas” puede caerse en la tentación de “gravitar” mucho a su alrededor. Sin embargo, muestra su confianza hacia las nuevas generaciones.
En la asamblea en la que se constituyó el grupo promotor, celebrada en Quetzaltenango en noviembre de 2016, Torres Rivas fue elegido secretario general. Menos de un año después cedía el testigo a Pérez Álvarez, ya dedicado al comité pro-formación. Pérez señala que su juventud fue uno de los elementos para su nombramiento y dice que nunca se ha sentido desautorizado por ella.
La cuenta atrás de las adhesiones
Lunes 19 de marzo. Nueve de la mañana. Plaza de la Constitución, Ciudad de Guatemala. Alberto Sánchez, secretario de actas del comité pro-formación de Semilla, supervisa el trabajo de un equipo de recepción de adhesiones. En total, ocho personas que intentan convencer, en el brevísimo lapso que le permiten sus interlocutores, de que firmen una hoja de papel. “Hola, buenos días, ¿cree que debe haber un cambio en el país?”, arranca Evelyn Roxanna Chávez, de 41 años, una de las empleadas para lograr las firmas. Si hay suerte, el paseante se para, lo que da margen a la mujer, secretaria y empleada en Semilla desde hace una semana, para explicar por qué debe avalar el partido. En algunas ocasiones, pasa de largo. En otras, reconoce que la idea es muy bonita pero que no están las cosas para fiarse de ningún partido. Las menos, se para y completa el formulario. Cada adhesión debe incluir el nombre completo, DPI, dirección y firma. Semilla necesita 23.500 adhesiones. Su problema es el tiempo. Corren contra el reloj. Para presentarse a las elecciones de 2019 es imprescindible presentar la candidatura en enero. Antes hay que celebrar asambleas locales, departamentales y una general. Por eso, la fecha límite para lograr las firmas es mayo. Disponen hasta junio de 2019 para oficializarse, pero eso implicaría no poder concurrir a los comicios. Y hacer campaña para la creación de un partido en medio de la carrera electoral a unas elecciones a las que no puedes presentarse no es un escenario propicio.
La recogida de firmas muestra hasta qué punto la Ley Electoral y de Partidos Políticos está hecha para imponer barreras a la inscripción de nuevas formaciones. A principios de abril tenían 6.260 adhesiones validadas por el TSE, 2.500 entregadas al órgano rector y pendientes de ser aceptadas, y otras 6.540 recogidas y pendientes de ser tramitadas. En realidad han recogido más de 50 mil, pero los criterios del TSE son muy estrictos: si el firmante escribió una letra mal, queda invalidada. Si su firma no se parece a la del DPI, queda invalidada.
“Este es un trabajo de maquila”, dice Patricia Orantes.
Evelyn Roxanna Chávez cobra Q5 por cada adhesión efectiva que realice. Para ganar el equivalente a un salario mínimo en una maquila debería formalizar 551 apoyos al mes, lo cual resulta imposible. Este no es un trabajo, o no lo definen así sus responsables. Prefieren hablar de “simpatizantes del partido” a los que se proporciona “un incentivo”.
Evelyn Roxana Chávez, 41, lleva una semana trabajando por el Movimiento Semilla. Es secretaria. / Simone Dalmasso
“Hemos pasado por tres etapas de recogida de adhesiones”, explica Alberto Sánchez. La primera, la califica de la “ingenua”. El cálculo era sencillo. Si entregaban una hoja con 10 firmas a tres mil simpatizantes, tendrían 30 mil adhesiones rápidamente. “Nunca se dio eso”, dice. Luego se derivó el trabajo a un equipo de encuestadoras con trabajadores voluntarios. Tampoco funcionó. Actualmente, están en marcha siete equipos en departamentos de fuera de Guatemala y otros tres en la capital.
El supuesto miedo de los banqueros a acercarse a un partido
En paralelo a la obtención de apoyos se desarrolla la estructuración del partido. La asamblea para constituir el grupo promotor, tuvo lugar en noviembre de 2016. Tomaron parte 700 personas. En junio de 2017 celebraron la asamblea para constituir el comité pro- formación, que es el que rige ahora Semilla. Hasta tres meses después la administración les hizo llegar las hojas de adhesión.
“Ahí comenzó de verdad el largo y doloroso proceso”, ironiza Patricia Orantes. Lo primero: “el Registro de Ciudadanos es mínimo, seis funcionarios para 28 partidos”, se queja la secretaria de Organización. Lo segundo, las dificultades derivadas del propio contexto político: “la ciudadanía está en su momento más bajo de confianza hacia los partidos”. Lo tercero, complicaciones que tienen que ver con la propia composición social de Guatemala. “Ves en carne viva que no hay ciudadanía, que no hay educación en la democracia”, argumenta. Esto tiene que ver con el modo en el que los ciudadanos se acercan a los partidos.
La legislación que rige la creación de un partido tiene otros elementos que implican una barrera. Por ejemplo, la prohibición de realizar proselitismo. “Tienes que hacer un partido en silencio, sin comunicar tus propuestas, es una locura”, se queja Orantes. En realidad, la delimitación se circunscribe a los medios de comunicación y los espacios públicos. “Hacemos trabajo de hormiga en espacios cerrados. No nos podemos pronunciar sobre política educativa o propuestas anticorrupción”, indica.
“Tuvimos meses en que no sacábamos el logo porque había miedo a transgredir ley electoral”, señala Mendoza.
La financiación es otro de los grandes problemas. Uno de los elementos que provocó las masivas movilizaciones ciudadanas de 2015 son los escándalos ligados al modo irregular en el que los partidos que dominaban el Ejecutivo y el Legislativo obtenían sus fondos.
Hasta la fecha, las cuotas y aportaciones de los simpatizantes de Semilla han constituido su principal ingreso. Con eso cubren el 10% de lo que consideran que deberían manejar.
“Tuvimos meses en que no sacábamos el logo porque había miedo a transgredir ley electoral”
El dinero es clave para la creación de nuevos partidos. Especialmente por la cultura de compra y venta de “fichas” de formaciones que legalizaron su estatus, incluso cuando la barrera era inferior a las 23.500 firmas, pero que terminar por entregarla a aspirantes con los bolsillos llenos.
Samuel Pérez reivindica que ellos han querido realizar el camino de cero, sin atajos. Se queja de que ningún banco ha querido abrirles una cuenta. Patricia Orantes añade que las entidades tienen miedo. El incremento de los escándalos de financiación ilegal hace que no se fíen, ya que la responsabilidad penal llega ahora a los directivos financieros. “La negativa de los bancos a abrirnos una cuenta bancaria nos ha imposibilitado acceder a dinero”, dice. Les cierra, por ejemplo, la puerta para abrirse a microfinanciamientos (crowdfunding). Explica que la legislación es muy clara con relación a los partidos, pero no sobre los comités pro-formación. Así que los bancos prefieren no meterse en problemas. “Somos el primer comité que tiene NIT, ¿qué hacen los demás?”, se pregunta.
Otra dificultad es la obtención de donantes. “Hemos conversado con empresarios progresistas, identificados con el rescate de las instituciones. El problema es poner el nombre”, dice Orantes. Según explica, hay miembros del sector privado que temen que su nombre aparezca ligado a Semilla. Por un lado, por su identificación con la izquierda, en un país donde la posición ideológica es estigmatizada. Por otro, por miedo a que les haga perder clientes.
“La ley dice que puedes donar lo que quieras, pero tienes que ser registrado. Esto la gente no lo hacía. Triangulaba a través de empresas o se lo daba bajo la mesa”, afirma Orantes.
A las dificultades de la normativa, el contexto político o la financiación, la secretaria de Organización de Semilla añade otro elemento: la falta de experiencia, especialmente en el ámbito local. “Nuestro germen es urbano, vamos a hablar con gente en los municipios y saben más que nosotros”, explica.
El “grupo de académicos” se expande al territorio
Con esta referencia, Patricia Orantes hace mención a uno de los grandes estigmas que han perseguido a Semilla desde su creación, el de ser un grupo de académicos de élite de la capital sin capacidad de conexión real con las capas indígenas y campesinas.
Que así se les ha calificado es un hecho. Otra cosa es cómo actúan para cambiarlo.
“A lo mejor hemos cometido un error en términos de comunicación, porque hay equipos en ámbitos rurales que están trabajando”, dice Samuel Pérez, que pone como ejemplos Quiché o Alta Verapaz.
José Luis Lux, de 38 años, que estudió Ingeniería Industrial en la Universidad San Carlos y es pequeño comerciante, es ejemplo de la expansión de Semilla en el interior. Forma parte del Consejo de Desarrollo Comunitario (Cocode) de la zona 1 de Ixcán, en Quiché. En 2009 fue alcalde comunitario de Santa María Tzejá. Ahora es uno de los miembros de Semilla que están tratando de organizar la filial regional del partido. Recogieron 200 firmas, y ahora colaboran con las adhesiones para lograr formar el partido.
José Wolke, 24, lleva tres meses de trabajar por el Movimiento Semilla. Actualmente, labora en un call center. Quisiera cursar la carrera de derecho en la Universidad San Carlos / Simone Dalmasso
El proceso de construcción de un partido es muy distinto en el interior y en la capital. En los departamentos la tradición es que grupos de interés se muevan tras un candidato fuerte, que mueve dinero. También juega un papel importante el clientelismo.
En conversación telefónica, Lux pone el ejemplo de las elecciones de 2015. En Ixcán se impuso la UNE. “La última semana vino Sandra Torres. Ofreció la bolsa solidaria, bono seguro, abono para los agricultores. Eso hizo que la gente votara en línea”, explica.
Lux, junto a compañeros del Cocode de la zona 1 de Ixcán, es uno de los grupos que respondieron a la llamada de Semilla. Como explica Patricia Orantes, desde el grupo promotor se había comenzado la tarea de identificar grupos ciudadanos activos que quisiesen sumarse al proyecto. En febrero de este año celebraron la primera reunión. Las principales dudas: quiénes son los fundadores, quién es el candidato, de dónde viene el financiamiento y cuál es el proyecto para el interior del país.
No hay un aspirante definido, es la asamblea la que lo elige. “En otros partidos se conforma equipo, alguien tiene plata, compra la ficha y ya es el que se autoproclama candidato”, dice Lux.
Tras el primer encuentro, su grupo se sumó al movimiento. Desde el 7 de marzo disponen de las hojas de adhesión.
En opinión de Lux, “no importa si es en la ciudad donde nace (Semilla) o la mayoría son ladinos y profesionales. La intención con la que nace el movimiento es lo que le da relevancia: transformar la política, promover un cambio generacional, hacer propuestas y tener principios”. Reconoce, no obstante, las especiales características del interior. “Lo que sucede con la gente mayor, regularmente, es que, por su idiosincrasia, cree en sus líderes. Existe el valor de la palabra, de la confianza que le inspiras de primera mano”, dice. Según su punto de vista, esto genera una “desventaja” con partidos tradicionales que “utilizan” a los comunitarios “conociendo esa idiosincrasia”.
Su plan de trabajo se adapta a esta forma de ser. “Identificamos a los líderes, buscamos a quienes han servido, alcaldes comunitarios, maestros, gente que ha ayudado a la comunidad. Les invitamos a una reunión y les explicamos qué es lo que nosotros queremos y cómo lo queremos. Con los que hemos hablado, se han sumado”, dice.
El elemento de la “nueva política” versus “vieja política” juega aquí un papel. Entre las comunidades organizadas resulta difícil encontrar a alguien que nunca haya estado vinculado a una formación. “Muchos han competido ya para la alcaldía con otros partidos o comités cívicos. En un principio decíamos que no tenemos nada que ver con gente que ha participado en partidos tradicionales”, explica. Ahora se ha matizado a “no queremos nada que ver con la gente que cayó en las prácticas”. “La población solo ha tenido esas opciones. Si poníamos ese tamiz no podíamos conversar con nadie”, explica. Dicho de otro modo, la filosofía es no pedir el carné de dónde se viene (salvo en casos flagrantes) pero sí compartir un proyecto.
En opinión de Orantes, lo que determina el proceso de selección es la propia propuesta de Semilla. “Hemos tenido gente con poder, que se suma, pero que plantea que es su grupo el que arma el partido en este departamento. La respuesta es que es legítimo, pero que tiene que ganar democráticamente en asambleas. Esta es una respuesta que shockea, y hace que algunos se retiren”, dice.
En su opinión, esa idea de que el suyo es un grupo elitista se rompe por “tener capacidad explicativa del contexto político, de hablar de particularidades de desarrollo en tal departamento”. No dicen “ahí vienen los urbanos, los académicos”, asegura.
Un plan B y una estrategia de futuro
Mayo será un mes clave para Semilla. Debe llegar con el número necesario de afiliados y la estructura departamental completa si quiere iniciar las asambleas requeridas para oficializar el partido.
La gran amenaza para Semilla es no lograr las adhesiones.
“Vamos corriendo, porque hay deseo de participar, pero no es una obsesión, necesitamos proyectos de largo plazo”, dice Carlos Mendoza. No obstante, el contexto obliga. “Hay urgencias. Si seguimos con mismos políticos en el Congreso…”, reflexiona. “Lo ideal es presentarse ahora. Si no, establecer una estrategia para que cuadros de Semilla puedan llegar a alguna alianza para hacer Gobierno”, indica.
Ahí está el “plan B” que apuntan algunos entrevistados.
Ahly Gudiel Aries, 20, lleva tres meses en el Movimiento Semilla. Ama de casa, quisiera retomar su carrera universitaria en Ciencias Políticas. / Simone Dalmasso
Patricia Orantes considera que las fortalezas de Semilla son su “capacidad para llegar a consensos sobre la base programática” y “un equipo de cuadros que no se ven en otros partidos”. Aunque ubica en “otra fase” el debate sobre alianzas. Si no se obtuviesen los apoyos este año todavía habría margen hasta junio de 2019, que es cuando se completa el plazo de dos años que determina la ley para que un comité pro-formación se constituya como partido. En ese caso, la cita electoral sería en 2023.
“Los partidos tienen déficit de cuadros”, comparte Lucrecia Hernández. “Las alianzas son clave para 2019”, afirma, para después considerar que sería positivo que “algunos de esos partidos pudieran tener espacios para los cuadros de Semilla”. En la práctica se trata de una estrategia similar a la que ella misma adoptó cuando asumió la cartera de Salud tras la victoria electoral de Jimmy Morales.
“Hay que entrarle al Estado, que este no sea para el uso de la clase social dominante, que tenga un pulso redistribución de la riqueza y de promoción de la democracia”, resume.
En opinión de José Carlos Sanabria, de Asies, aun en el caso de que Semilla lograse las firmas para constituirse como partido tiene por delante dos riesgos: el primero, no presentarse, por cualquier circunstancia, lo que implicaría su suspensión como partido. En segundo, concurrir a los comicios y no lograr un solo curul, con el mismo resultado de la anulación de las siglas. Por ello, plantea una alternativa: la configuración de una coalición. En caso de que así fuese, cree que Semilla debería de alejarse tanto de partidos tradicionales como la UNE o FCN-Nación y de aquellos que no sean ubicados en ese espacio indeterminado llamado “centro”. Pone un nombre sobre la mesa: Encuentro por Guatemala.
Samuel Pérez dice que “no es momento de tomar decisiones” sobre posibles coaliciones, pero que tampoco se cierran a nada. “El escenario que vemos no es de partido grande, individual”, explica. Pone como base para ese futuro diálogo el programa, más allá de siglas o nombres. Incluso apunta a que, en los territorios, pueden darse otro tipo de alianzas que en la capital no se contemplan y que sus bases ya trabajan sobre esta hipótesis. En los últimos meses, ha habido conjeturas sobre la posibilidad de que la fiscal general Thelma Aldana se vincule con Semilla. Ella no se ha pronunciado sobre la posibilidad y Pérez indica que no se ha hablado de candidaturas. “Es una narrativa que han planteado por la novedad, por afinidad programática en la lucha contra la corrupción o apoyo a MP y CICIG”, considera.
El tiempo político es vertiginoso y el grupo que nació para analizar la realidad guatemalteca a largo plazo se encuentra en una carrera contrarreloj para poder presentarse a las elecciones de 2019.
Columna de opinión tomada de Plaza Pública
Ver texto original: https://www.plazapublica.com.gt/content/como-paso-semilla-de-grupo-de-analisis-querer-competir-en-las-elecciones