Niñez al margen

¿Indignación como ira, o como vergüenza? 

Anabella Giracca /

Para acercarse a la posibilidad de un crecimiento integral y sostenible, una sociedad debe al menos comprometerse con su niñez. Pasa por un deber planetario que hoy ve en ella un valor merecedor de la más alta dedicación. Esto representa un ejercicio social capaz de desmontar la estigmatización y los prejuicios. En pocas palabras, rescatar nuestra humanidad. Acá no se trata de masificarnos todos bajo un mismo molde, sino de democratizarnos. Y para ello no hay forma más franca que amarrar nuestro abrazo y empezar a pensar en los niños. Pero al parecer, estamos en la era del hielo cuando de nuevo nos enfrentamos a cifras desgarradoras que no pueden, no deben bajo ninguna circunstancia, pasar desapercibidas. ¿Cómo puede ser posible que aquí los niños pierdan su infancia?

Un informe reciente de Save the Children generó este titular: ¿El peor país para ser niño?(Prensa Libre, 2/6/2018). Son tres los índices o aspectos sociales en los que se enfocó el estudio. Y Guatemala genera cifras alarmantes en materia de explotación laboral infantil, exclusión educativa y matrimonios infantiles. Por ejemplo, tan solo en el primer trimestre de este año se reportaron 325 embarazos de niñas menores de 14 años. En cuanto a escolaridad se refiere, al menos uno de cada cuatro niños no asiste a la escuela. Pero según un experto entrevistado en este tema, Leonel Dubón, 4.2 millones de niños están fuera del sistema educativo. Si además de esos tres factores tomamos otros indicadores, se entiende por qué aquel lastimero titular ofrece básicamente una respuesta con su propia pregunta. La impunidad en temas de niñez está por arriba del 94 por ciento. Casi la mitad de todos los niños guatemaltecos menores de cinco años sufre desnutrición crónica; 30 por ciento es la tasa de mortalidad infantil; ¡126 niños han muerto por estrangulación, decapitación, balas o arma blanca hasta marzo de 2018! ¿Cómo puede calificarse una sociedad en donde se decapitan o se estrangulan a sus niños? Un Estado democrático está obligado a proteger a su niñez, a garantizar medidas de largo alcance de prevención, educación, salud. Servicios básicos capaces de garantizar la equidad, porque jamás olvidemos que un Estado que discrimina a través de su atención desigual, está condenado al fracaso. Hoy, los niños pagan con su vida la crueldad sistemática de un Estado que abandona. Un Estado racista que permite que sean los niños indígenas quienes viven peor. Y esa tragedia sostenida, nos tiene que indignar. ¡Mucho!

 

Referencia: https://elperiodico.com.gt/opinion/2018/06/06/ninez-al-margen/

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